En tiempos de turbulencia, los pactos sociales no solo son importantes: son indispensables. Constituyen el tejido invisible que permite sostener la vida colectiva, incluso en escenarios de alta incertidumbre. Pero, ¿qué ocurre cuando esos pactos dejan de ser creíbles? ¿Qué pasa cuando las reglas, los compromisos y los acuerdos -globales y locales- se transforman en relatos vacíos, desvinculados de las acciones que deberían sostenerlos?
El genocidio en Gaza expone, con una crudeza estremecedora, la fragilidad de los compromisos internacionales en materia de derechos humanos. Normas construidas como respuesta a los horrores del siglo XX son hoy ignoradas con cinismo, ante la parálisis de instituciones multilaterales debilitadas y una audiencia global saturada de impotencia. La desobediencia a las reglas no es solo una transgresión moral: es un síntoma del agotamiento de la promesa moderna de orden, justicia y civilidad, reemplazada por la prehistórica ley del más fuerte.
Pero esta crisis no se agota en el plano geopolítico; la imposición de la fuerza se complementa con la erosión de la racionalidad. Presenciamos una transformación más profunda y difusa: la pérdida de nuestras capacidades para distinguir lo verdadero de lo fabricado. En un entorno saturado de información, atravesado por algoritmos, fake news y discursos creados para desorientar, la confianza epistémica -aquella que permite creer, deliberar, actuar- se diluye. No sabemos si lo que vemos es real o un artefacto diseñado para manipular. Y sin esa certeza mínima, sin esa confianza basal en la palabra y en el otro, se hace imposible actuar colectivamente.
Continúa leyendo en Cooperativa