El “Leviatán” universitario tiene el poder y la responsabilidad de catalizar el desarrollo de los territorios a través de la investigación aplicada y la innovación.
En un mundo que reclama soluciones tangibles a problemas complejos, la universidad debe reconfigurar su sistema de incentivos para abrazar con fervor la investigación aplicada y la innovación. Mi opinión es contundente: la persistente desconexión entre el quehacer académico y las necesidades de los territorios es, en gran medida, consecuencia de una matriz de incentivos para promoción y permanencia (P&T) que prioriza métricas abstractas sobre el impacto real. Es hora de que el valor social y territorial de la ciencia se traduzca en una valoración académica explícita, no solo en Chile, sino en gran parte del mundo desarrollado.
El problema de fondo radica en un sesgo histórico que ha privilegiado la publicación en revistas de alto impacto sobre cualquier otra forma de contribución académica. Si bien nadie discute el valor intrínseco de la investigación fundamental y la difusión del conocimiento a través de publicaciones, este enfoque estrecho ha generado una “torre de marfil” académica, muchas veces desvinculada de las realidades y urgencias de las comunidades locales.
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