El Comité de Revisión de Hambrunas (FRC) del sistema IPC (Integrated Food Security Phase Classification) confirmó lo impensable: una hambruna (Fase 5) ocurre hoy en Gaza. Medio millón de personas viven en condiciones catastróficas, con muertes crecientes por desnutrición, sobre todo de niñas, niños y personas mayores. Y lo más duro: es un genocidio, una hambruna provocada como resultado directo del colapso deliberado de los sistemas alimentarios y sanitarios, del bloqueo a la ayuda humanitaria y de desplazamientos forzados masivos.
Lo que ocurre allí es una expresión de lo peor de nuestra humanidad: la indiferencia hacia el dolor del otro, la manipulación de la información y el control de los medios de supervivencia por fines políticos. Gaza ha revelado, con brutal claridad, que seguimos habitando un mundo donde no todas las vidas valen lo mismo… y lo aceptamos como si fuera inevitable.
Ya lo advertíamos en la columna «Cuando los pactos se vacían»: los compromisos internacionales que alguna vez creímos firmes se han convertido en relatos vacíos. Normas forjadas tras el horror del siglo XX -derechos humanos, derecho internacional humanitario, cooperación multilateral- hoy se rompen con impunidad, mientras las instituciones globales se paralizan. El hambre en Gaza no es solo tragedia humanitaria: es la evidencia de un sistema internacional incapaz de sostener sus propias reglas.
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